La trama de Mr. Nobody se desarrolla en el año 2092, en donde el viajar al planeta Marte es algo de lo más corriente.
Nemo Nobody (Jared Leto) nació en el año 1975 y es el último humano que morirá ya que se niega a ser inmortal a pesar de que los adelantos científicos ya lo permiten.
Por Carlos Marín
Cuando un film es nuevo, abierto en diversos campos y sobretodo imaginativo corre un riesgo importante. Puede no calar en la audiencia, que no entienda o no sintonice con la sensibilidad artística del director. También puede ser un repelente de taquilla, cosa que dificulta la distribución de estos títulos y, por tanto, la posibilidad de poder verlos de la forma en que merecen ser vistos. Son riesgos, muchos riesgos, pero alguien los tiene que atacar, ¿no?
Y aquí entra en acción un realizador francés llamado Jaco van Dormael, director de obras como "Toto el heroe" o "El octavo día", que en su última película después de 13 años de silencio profundiza en temas tan extraños y desconocidos como la memoria, la expansión del universo o el amor eterno. No es ciencia-ficción pero casi, es algo así como un encuentro romántico entre "Amélie" y "Donnie Darko", una mezcla tan bella e increíble como terriblemente inestable.
Jared Leto interpreta al hombre más viejo del mundo y al último que morirá de viejo en un extraño futuro donde la gente es inmortal. Su nombre es Nemo Nobody y no recuerda nada de su pasado. Bueno, más que no recordar nada, lo recuerda todo a lo bestia, incluyendo miles de vidas paralelas que se han bifurcado según grandes (o pequeñas) decisiones, cosa que comprensiblemente afectará a su salud mental. Así nos enfrentamos a más de 20 interpretaciones del protagonista para dar vida a los diferentes Nemo, cada uno con sus similitudes y variedades, cada uno con un mundo construido aparte pero que, inexplicablemente, parece mantener relación en los recuerdos confusos del anciano.
Suena a caos, porque lo es. Pasamos de una vida a otra sin darnos cuenta y afrontamos las decisiones del protagonista y sus bifurcaciones con absoluto convencimiento, porque si hay una cosa que no se le puede quitar al film es su increíble encanto para hipnotizar, para mantener una eterna sonrisa en la cara del alucinado espectador. Es diferente, es rompedor pero está hecho con el corazón, con imaginación, con mimo y cuidado. Su vocación absolutamente romántica (¿o no se basan todos los difíciles cruces de camino de Nemo en el amor y la pasión?) arrastra la imaginación a terrenos inimaginables y habla de las cosas más sencillas de la vida con una complejidad que asusta, ayudada por un humor francés, como no, que aligera estos pesados momentos (atención a la escena del brasileño y el huevo, tan innecesaria como divertida).
Durante la primera hora de metraje acompañamos a un Leto espectacular (su interpretación esquizofrénica bien vale elogios, así como su alucinante aparición como anciano) por su confusa vida, dividida en tres familias distintas por culpa de unos sucesos que vamos descubriendo poco a poco. O eso creemos, porque transcurrido ese tiempo todo comienza a confundirse y lo que parecía ser un bizarrismo agradable y comprensible comienza a convertirse en algo demasiado críptico, demasiado cargante. Es normal, queremos comprender lo que se nos está contando, ya que hace tan solo unos momentos estábamos orgullosos de seguir un hilo tan confuso y disperso, mientras que de golpe nos encontramos con un torbellino de mundos y teorías nuevas.
Así, los discursos tan bien elegidos como son los del Big Bang, las dimensiones temporales y espaciales y la expansión del universo resultan no ser tan útiles y se apilan entre otros panfletos científicos que, finalmente, hacen desconectar de un universo y una manera de contar una historia (con esos hilos fuertes, pero desperdigados por el camino) que podrían haberse convertido en una pequeña revolución maravillosa. Puede que sea todo lo contrario de lo que se ríe el director galo en uno de los diálogos (“Aquí nunca pasa nada... ¡Como en una película francesa!”); es decir, pasa de todo y tan al mismo tiempo que cualquier esfuerzo para entender el conjunto resulta desesperante.
Mr. Nobody es una película perfeccionista, tan bella y tan cuidada que es única en su especie. Lástima que la ambición le juegue una mala pasada y Jaco van Dormael abuse de las revoluciones del motor de una pieza que, con unas mejores cartas, hubiera sido una auténtica obra de arte. ¿Puede que el abuso del tiempo de realización de una idea sea un factor, en largos períodos, negativo? Ni idea, todavía andamos intentando encontrar la dimensión temporal en la que nos encontramos; como para pensar en esas nimiedades...
Lo mejor: Todo el aspecto visual y su primera hora de metraje, que es simplemente de 10.
Lo peor: Que obliga a perderse por el camino.
Fuente: http://www.aullidos.com/pelicula.asp?id_pelicula=5633
Nemo Nobody (Jared Leto) nació en el año 1975 y es el último humano que morirá ya que se niega a ser inmortal a pesar de que los adelantos científicos ya lo permiten.
Por Carlos Marín
Cuando un film es nuevo, abierto en diversos campos y sobretodo imaginativo corre un riesgo importante. Puede no calar en la audiencia, que no entienda o no sintonice con la sensibilidad artística del director. También puede ser un repelente de taquilla, cosa que dificulta la distribución de estos títulos y, por tanto, la posibilidad de poder verlos de la forma en que merecen ser vistos. Son riesgos, muchos riesgos, pero alguien los tiene que atacar, ¿no?
Y aquí entra en acción un realizador francés llamado Jaco van Dormael, director de obras como "Toto el heroe" o "El octavo día", que en su última película después de 13 años de silencio profundiza en temas tan extraños y desconocidos como la memoria, la expansión del universo o el amor eterno. No es ciencia-ficción pero casi, es algo así como un encuentro romántico entre "Amélie" y "Donnie Darko", una mezcla tan bella e increíble como terriblemente inestable.
Jared Leto interpreta al hombre más viejo del mundo y al último que morirá de viejo en un extraño futuro donde la gente es inmortal. Su nombre es Nemo Nobody y no recuerda nada de su pasado. Bueno, más que no recordar nada, lo recuerda todo a lo bestia, incluyendo miles de vidas paralelas que se han bifurcado según grandes (o pequeñas) decisiones, cosa que comprensiblemente afectará a su salud mental. Así nos enfrentamos a más de 20 interpretaciones del protagonista para dar vida a los diferentes Nemo, cada uno con sus similitudes y variedades, cada uno con un mundo construido aparte pero que, inexplicablemente, parece mantener relación en los recuerdos confusos del anciano.
Suena a caos, porque lo es. Pasamos de una vida a otra sin darnos cuenta y afrontamos las decisiones del protagonista y sus bifurcaciones con absoluto convencimiento, porque si hay una cosa que no se le puede quitar al film es su increíble encanto para hipnotizar, para mantener una eterna sonrisa en la cara del alucinado espectador. Es diferente, es rompedor pero está hecho con el corazón, con imaginación, con mimo y cuidado. Su vocación absolutamente romántica (¿o no se basan todos los difíciles cruces de camino de Nemo en el amor y la pasión?) arrastra la imaginación a terrenos inimaginables y habla de las cosas más sencillas de la vida con una complejidad que asusta, ayudada por un humor francés, como no, que aligera estos pesados momentos (atención a la escena del brasileño y el huevo, tan innecesaria como divertida).
Durante la primera hora de metraje acompañamos a un Leto espectacular (su interpretación esquizofrénica bien vale elogios, así como su alucinante aparición como anciano) por su confusa vida, dividida en tres familias distintas por culpa de unos sucesos que vamos descubriendo poco a poco. O eso creemos, porque transcurrido ese tiempo todo comienza a confundirse y lo que parecía ser un bizarrismo agradable y comprensible comienza a convertirse en algo demasiado críptico, demasiado cargante. Es normal, queremos comprender lo que se nos está contando, ya que hace tan solo unos momentos estábamos orgullosos de seguir un hilo tan confuso y disperso, mientras que de golpe nos encontramos con un torbellino de mundos y teorías nuevas.
Así, los discursos tan bien elegidos como son los del Big Bang, las dimensiones temporales y espaciales y la expansión del universo resultan no ser tan útiles y se apilan entre otros panfletos científicos que, finalmente, hacen desconectar de un universo y una manera de contar una historia (con esos hilos fuertes, pero desperdigados por el camino) que podrían haberse convertido en una pequeña revolución maravillosa. Puede que sea todo lo contrario de lo que se ríe el director galo en uno de los diálogos (“Aquí nunca pasa nada... ¡Como en una película francesa!”); es decir, pasa de todo y tan al mismo tiempo que cualquier esfuerzo para entender el conjunto resulta desesperante.
Mr. Nobody es una película perfeccionista, tan bella y tan cuidada que es única en su especie. Lástima que la ambición le juegue una mala pasada y Jaco van Dormael abuse de las revoluciones del motor de una pieza que, con unas mejores cartas, hubiera sido una auténtica obra de arte. ¿Puede que el abuso del tiempo de realización de una idea sea un factor, en largos períodos, negativo? Ni idea, todavía andamos intentando encontrar la dimensión temporal en la que nos encontramos; como para pensar en esas nimiedades...
Lo mejor: Todo el aspecto visual y su primera hora de metraje, que es simplemente de 10.
Lo peor: Que obliga a perderse por el camino.
Fuente: http://www.aullidos.com/pelicula.asp?id_pelicula=5633
23 de octubre de 2009, 8:05
Tenemos que ver esa pelicula como sea.